25.11.2025 El domingo 23, a las 13:00 horas, se realizó una ceremonia en recuerdo de Carlos Anwandter en el parque cementerio que hoy lleva su apellido.
La ceremonia se enmarca en las actividades por los 175 años de la inmigración alemana, y se realizó en recuerdo de Carlos Anwandter, como uno de los más prominentes inmigrantes alemanes que llegaron a Valdivia. Asistieron la Cónsul Honoraria de Alemania en Valdivia, Gabriela Nuss; el director de la 1ª Compañía de Bomberos “Germania”, Helmut Huber, junto a una formación de voluntarios; representantes del Club de La Unión, de la Mädchenschaft y de la Burschenschaft; directivos, apoderados y estudiantes. Nuestro Instituto estuvo representado por apoderados directivos del CGPA, estudiantes de la directiva del Centro de Alumnos, acompañados por la profesora asesora Maccarena Parra, quienes depositaron una ofrenda floral en la tumba de nuestro fundador.
La presencia de la autoridad consular confirma el vínculo histórico de la comunidad con esta conmemoración. Asimismo, la 1ª Compañía de Bomberos “Germania” —fundada en 1852 — mantiene un lazo originario con la colonia alemana y con la memoria de Anwandter.
Gabriela Nuss y Helmut Huber entregaron completos y extensos mensajes sobre la vida y legado de Anwandter; en representación del Instituto, la Directora Ejecutiva Gisela Romeny destacó la figura de Caroline Emilie Fändrich, esposa de Anwandter, con el texto que dejamos a continuación.
Homenaje a Caroline Emilie Fähndrich
Queridas familias, autoridades, miembros de nuestra comunidad y amigos:
En estos días hemos hablado mucho de Carlos Anwandter. De su legado, de las instituciones que fundó, de la visión que trajo a Valdivia y del impacto que, aún hoy, sigue dando forma a nuestra identidad.
Sin embargo, al reunirnos aquí, frente a estas tumbas que guardan más historia que cualquier libro, creo que es justo —y necesario— detenernos un momento para hablar de ella: Caroline Emilie Fähndrich.
Su nombre aparece poco en las crónicas. Apenas un par de líneas aquí y allá. No existen discursos suyos, no dejó diarios públicos, no fundó instituciones ni encabezó discursos. Y aun así, sin ella, nada de lo que asociamos con el nombre Anwandter hubiera sido posible.
Caroline nació el 2 de septiembre de 1802 en Prusia, hija de una familia muy cercana a los Anwandter. Sabemos, gracias a una carta de la hermana de Carlos —una de las pocas fuentes directas sobre su vida personal— que fue ella quien animó al tímido Carlos a declarársele.
Le escribió recordándole que Emilie era, probablemente, el amor de su vida, y que si no se apuraba, “otros vendrán a ofrecérselo”. Carlos, que tantas decisiones firmes tomaría después en Chile, necesitó ese pequeño empujón para tomar una decisión crucial en su historia personal.
Finalmente, el 26 de septiembre de 1825, se casaron. El comienzo de una vida en común que habría de llevarlos, décadas más tarde, hasta estas tierras australes. Cuando embarcaron rumbo a Chile en 1850, tenían ocho hijos, entre 7 y 22 años. Uno de sus hijos ya había emigrado a Estados Unidos; los otros siete se embarcaron con ellos.
Hoy, cuando hablamos de la epopeya de la inmigración alemana, solemos imaginar a hombres visionarios y emprendedores. Pero pocas veces nos detenemos a pensar en lo que significaba para una mujer de 47 años, en el siglo XIX, dejar su hogar, sus costumbres, su seguridad, para navegar 137 días hacia un destino desconocido. A esa edad, en esa época, una mujer era considerada ya cerca del umbral de la vejez. Y aun así, Emilie subió a esa barca, sostuvo a su familia, y acompañó a su esposo en una de las decisiones más arriesgadas de su vida.
Mientras Carlos escribía su diario de viaje, cuidaba la moral de los inmigrantes y proyectaba el futuro, ella cargaba con algo aún más difícil de narrar: el día a día de una familia completa, en medio del océano, con hijos jóvenes, adultos, adolescentes y niños, todos enfrentando la incertidumbre del viaje.
Y sin embargo, el 26 de septiembre de 1850, lo único que Carlos escribió en su diario fue: “Hoy celebramos nuestras bodas de plata”.
No hace falta ninguna otra frase para imaginar la importancia que tuvo para él. Emilie vivió poco tiempo en Valdivia. Falleció el 7 de enero de 1853, apenas dos años y medio después de llegar. No vio consolidarse el colegio, ni los bomberos, ni las instituciones que su marido fundaría después.
Pero sí vio —y sostuvo— el comienzo.
El acto más difícil: empezar una vida nueva desde cero.
Seis años después de su muerte, Carlos volvería a casarse con María Emilie Muhn, 28 años menor que él, una mujer con quien no tuvo hijos pero que lo acompañó en la última etapa de su vida.
Pero su primera gran compañera, la madre de sus hijos, la mujer que cruzó el océano a su lado, fue Emilie. Y su historia —porque casi no está escrita— es, en cierto modo, la historia de tantas mujeres invisibles de la colonización: las que no aparecen en los discursos, pero sin las cuales ningún discurso podría existir.
Por eso estamos hoy aquí. Porque si vamos a hablar del legado de Carlos Anwandter, debemos reconocer a quien estuvo a su lado en la decisión más grande de su vida. Y debemos recordar que la valentía no siempre se ve en monumentos, ni en cartas, ni en discursos oficiales. A veces la valentía es silenciosa. A veces viaja 137 días en un barco. A veces sostiene a ocho hijos y a un marido lleno de proyectos.
A veces simplemente no deja nada escrito… excepto su ausencia.
Hoy, en este cementerio que lleva su apellido, honramos también el suyo: Caroline Emilie Fähndrich, compañera, madre, inmigrante, pilar silencioso de una historia que aún hoy seguimos contando.
Que su memoria viva junto a la de su familia, y que su ejemplo nos recuerde que al lado de cada gran nombre, siempre hay alguien cuyo apoyo hizo posible ese legado.

















