En el centro de aquella revolución cultural estaban los Beatles, cuatro chicos de Liverpool cuya transformación de armoniosos cantantes trajeados de mediados de los sesenta a fatigados idealistas hippies de 1969 fue un fiel reflejo de las esperanzas y la posterior frustración de la época. El éxito de los Beatles llamó la atención hacia el pop, y recibió la respuesta de miles de aspirantes a músicos cuya ambición y deseo de evolucionar culminaron en la gran “revolución del rock” de finales de los sesenta.
El poder adquisitivo y la confianza de los jóvenes tuvieron mucho que ver, al igual que los avances tecnológicos. A principios de la década los músicos se limitaban a repetir su actuación en el disco. Gracias a la posibilidad de grabar varias pistas y de alterar el sonido con el desfase progresivo y el pedal wah-wah, así como a la invención del estéreo, la cinta magnética se convirtió en un lienzo en blanco. Tras la aparición del álbum Sgt. Pepperde los Beatles, en 1967, los músicos aspiraban a crear arte. Había un abismo entre el “pop”, cuyo único fin era concentrar el espectáculo en canciones de tres minutos, y el “rock”, liderado por grupos como Cream y The Jimi Hendrix Experience, que apostaban por la técnica y la innovación.
Ese cambio se reflejó en la experiencia musical en vivo. A principios de los sesenta se imponían los espectáculos “todo incluido”, conciertos en que media docena de artistas iban desgranando sus éxitos uno tras otro. A finales de la década aquella tendencia se había visto eclipsada por los festivales de rock, encuentros triviales donde músicos y publico “se dejaban llevar”.
La década del 1960 sigue siendo una época idolatrada por fans y músicos. A lo largo de esos diez años, la música popular paso de estar sometida al férreo control de la industria a convertirse en vehículo para la total libertad de expresión. |


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